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menosesmas
13.5.04
 
Resignificado

“Oh, oh, oh, oh/ hay que alentar a Maradó./ Oh, oh, oh, oh/ hay que alentar a Maradó./ Hay que alentarlo hasta la muerte/ porque yo al Diego lo quiero/ aunque no sea bostero lo llevo en el corazón./ Y no me importa,/ no me importa lo que digan/ esos putos periodistas/ la puta que lo parió”, cantábamos los tres (estudiantes de Comunicación Social), rebotando sobre la vereda. Habíamos pasado la noche acostados en esas baldosas, respirando el humo que los colectivos de Avellaneda liberaban cada quince puntuales minutos, el dinero para las entradas del partido homenaje (no “despedida”) escondido en las medias.
Esa mañana, interpreté el “alentarlo hasta la muerte” como una figura para describir nuestra locura, una entrega desmedida (afectiva y económica -la popular estaba 25 mangos-) al ídolo. Una pasión que comprendí cuando, mientras Maradona daba una vuelta alrededor de la cancha para saludar a los espectadores, miré en la pantalla gigante el rostro de Eric Cantoná. El francés no podía entender eso que estaba pasando: un estadio lleno por un solo tipo, que ya había dejado de ser un jugador de fútbol (aunque ninguno de los presentes quería admitirlo).
En estos días de clínicas tapizadas, móviles a toda hora y en todo lugar y partes médicos en boca de mediocres, la cancioncita reapareció en mi repertorio. La canté en la calle, la cama y el natatorio. Pero el sentido es ahora otro: “alentarlo hasta la muerte” me suena más a animarlo, incitarlo, pedirle, Diego, por las nenas, por última vez, un último momento, en exclusivo, la nota final. “esos putos periodistas”, o vaya uno a saber quién.
 
Comments:
Alentarlo hasta la muerte, empujarlo, darle coraje para que, sin pruritos occidantales, la abrace. De la muerte hablamos. Esto me hace acordar a las artes perimidas, y a que los artistas, en general, tienden a morir artisticamente antes que biologicamente. Ayer hablaba con un amigo sobre la ultima novela de Saer, que dejo inconclusa, y este amigo, un escritor, me decia que lo loco de que Saer, un escritor cuyo credo estetico ficcionalista lo hacia desdenar la realidad, el realismo, el lenguaje como herramienta para testimoniar lo real, "la espesa selva virgen de lo real", ergo creacion, construccion, lo loco de que Saer dejase una obra inconclusa es que testimonia que el vendabal biologico, el embudo tempo-espacial por el que cae y se extingue la vida es mas potente y se lleva puesto cualquier arte;
"alentar hasta la muerte al Diego", como para que la abrace, me hace pensar, y no tétricamente, en que a veces la muerte es un corolario justo. Que la muerte biologica hubiera hecho su trabajo justo a tiempo, digamos, antes de que " los que lo quieren bien", como hablabamos la otra vez, lo transformaran, en un mappet sistemico". Ahora estaba hablando de Adrian Suar.
 
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